22/8/10

Regalos dulces

Desde que era una niña he visto cómo mi abuela era una persona agradecida. Lo era de muchas maneras, todas ellas sinceras y, en la gran mayoría de ocasiones, "dulces". Ya fuera al médico, al señor del banco, a una amiga, a quien iba a visitar... siempre llevaba un dulce, pues era simplemente su forma de agradecer lo bien que se habían portado con ella.

Todos estos años, he crecido viendo a mi madre hacer lo mismo y me alegra que las buenas costumbres no se pierdan. Me parece un gesto de mucha ternura que consciente o inconscientemente también he heredado.

Cocinar para alguien es una satisfacción enorme para mí y esta semana me ha hecho mucha ilusión hacerlo para alguien que me ha animado mucho a seguir adelante con la parte "dulce" de mi blog. Por eso, he decidido dar vida a un "Dear Breakfast" especial, con diseño de paquete incluido.

Diseñar un empaquetado a medida para la persona a la que regalas creo que también es muy importante. Forma parte del regalo y una presentación bonita multiplica las ganas por averiguar lo que hay dentro.

Son unas pastas de almendra y naranja que se me han ocurrido tras mi viaje a Turquía. Allí utilizan los frutos secos para muchos de sus postres, influencia de la famosa y tradicional pastelería árabe.

La base para hacerlas es huevo, mantequilla, azúcar, almendra molida y piel de naranja. Es importante no olvidar ponerle mucho cariño. El resultado tiende a ser mucho mejor.

El resto: los colores, los detalles, los sabores y su aspecto general están pensados para la persona a la que regalo, que espero lo haya disfrutado.

19/8/10

Turquía

Nuestro primer contacto con Turquía fue la ciudad de Estambul. Aterrizamos a eso de la medianoche en pleno agosto, cuando la humedad y el calor aún se adhieren pegajosamente a la piel. Recuerdo cómo comenzamos a sentir el atropello de la vena comercial turca justo desde el preciso momento en que cruzamos la puerta de llegadas. Y eso sólo era el principio...

Turquía, como cualquier otro país, está lleno de tópicos y casi siempre hay algo de cierto en lo que, quien lo conoce, te cuenta antes del viaje. En el caso de Estambul quien mejor resume lo que la ciudad me transmitió es el poeta y novelista Ahmet Hamdi Tanpinar: "La ciudad de Estambul es una mezcla. Una mezcla formada por multitud de elementos, grandes y pequeños, plenos o desprovistos de sentido, antiguos o nuevos, locales o extranjeros, bellos o feos y vulgares". Yo continúo la descripción añadiendo que tras esta mezcla se encuentra efectivamente lo que otros aciertan en llamar: "Capital de los Imperios", "Puente entre continentes", "Unión entre Oriente y Occidente" o "Encuentro de culturas"... porque Estambul es Europa y es Asia.

No hace falta leer a Pamuk para tener la sensación de que el Bósforo es, de por sí, nostálgico y, aunque el fuerte olor que despide el humo de las sardinas flaco favor le hace, al final uno consigue relajarse descubriendo la silueta de las mezquitas en la sombra de su atardecer amarillento. Sultanahmet resultó ser el barrio histórico por excelencia, al concentrar en poca distancia un palacio, el de Topkapi y dos mezquitas: la Azul y la de Santa Sofía, ambas colosales en arquitectura e historia religiosa. El secreto está en ver una tras el ventanuco de la otra y llegar hasta donde terminan los jardines del palacio para fijar la mirada en la confluencia del Mar de Mármara y la sonrisa del Bósforo, allí donde se pierden los límites de Estambul. Sin embargo no es posible hacerse una idea de la inmensidad de la ciudad hasta que se sube a la Torre Gálata, antigua muralla de la ciudad franca en la otra orilla, la del barrio de Beyoglû. Los dos kilómetros de la calle Istiklal desembocan en la plaza de Taksim, donde todo se vuelve culturalmente más europeo.

La parte comercial se la lleva prácticamente el Gran Bazaar pero nosotros decidimos colarnos por las calles aledañas huyendo de las masas de turistas y refugiándonos en las infinitas hileras de mercadillos de clientela puramente turca. El regateo es un arte oficial y públicamente aceptado en todas partes.

Antes de dar por finalizada nuestra incursión en Estambul, recordé las palabras de Nedim Gürsel en su libro "El último tranvía" porque no me podía permitir olvidar esas noches que me harían recordar Estambul desde aquellas azoteas con el cielo derrumbándose sobre el Bósforo. "Cuando despertaron era de noche. El rumor se colaba por la ventana abierta de la azotea. El ruido de los claxons, el chirriar de los frenos, las voces humanas, los gritos de los vendedores ambulantes, el aleteo de las palomas, todo, todo se confundía en un alboroto indistinto, se intensificaba poco a poco asediándolos como un tumulto lejano. La mujer reflexionó sobre su aventura. Quería rememorar los días pasados con el hombre en aquella ciudad ruidosa, no parecida a ninguna otra, ceñida por tres mares entre Oriente y Occidente, y que se había extendido en un lugar accidentado, con sus habitantes, sus chabolas, su red de tortuosas callejuelas, cada vez más obstinada y sediciosa". A la vez que me despedí de Estambul, también lo hice de mis 28 años. Ortakoy fue testigo cuando dos luceros verdes iluminaron el Bósforo y un "crash" se convirtió en un dulce susurro para mis oídos.

Mapa en mano, decidimos improvisadamente nuestro recorrido de cuatro días atravesando Yalova, Bursa, Balikesir y Manisa de camino a Izmir o Esmirna, una de las ciudades más antiguas del mundo si nos remontamos a 8.500 años atrás. Hoy es una ciudad moderna construida sobre las ruinas de civilizaciones pasadas. Llegamos durante un atardecer entre rosa y púrpura frente a la bahía y ésta fue la instantánea que nos quedó grabada toda aquella noche frente a la ventana.

En los días siguientes bordeamos el Mar Egeo disfrutando de pueblecitos pesqueros como Foça, Dikili, Ayvalik o Küçükkuyu hasta alcanzar la histórica Troya. Allí el viento especial que, según dicen, alberga lo que queda de su muralla, nos fue desviando hacia las últimas horas que nos restaban del viaje: un maravilloso atardecer en el Estrecho de Dardanelos, el descubrimiento de una laguna secreta de agua celeste y la aventurera irrupción en una playa militar.

De vuelta al aeropuerto, nada nos parecía lo mismo: esa noche no se oía ruido alguno, ni siquiera los almúedanos desde los minaretes; no había navíos ni barcas alrededor; no se divisaban banderas ondeando en las colinas; tampoco nos agobiaba la multitud. Dejábamos atrás Turquía...

17/8/10

Las rosquillas de mamá / Mum´s ring-shaped pastries

Estar en "casa" es volver a la infancia y, sobre todo, saber que las madres siempre están orgullosamente dispuestas a satisfacer cualquiera de nuestros caprichos culinarios con absoluta devoción. Son esas recetas que las madres hacen como nadie y que, solo por el cariño que le ponen, saben a gloria.

Tenemos nueva cocina, lo que es una magnífica excusa para empezar con los antojos de repostería casera. Esta vez me apetecían rosquillas y este ha sido el delicioso resultado.

El café de la tarde con un dulce mientras charlamos de nuestras cosas es una costumbre que nunca me gustaría perder. Nos gusta mantener esa complicidad madre-hija al tiempo que disfrutamos de uno de muchos placeres que compartimos.

Durante el verano y, siempre que el clima lo permite, nos gusta hacer todas las comidas en el jardín. Es mucho más agradable y relajado.

Si queréis probar la receta confieso que es deliciosa y, además, sin gluten:

r o s q u i l l a s   d e   m a m á

- 500 g de harina sin gluten
- 2 yemas de huevo
- 100 g de mantequilla
- 125 g de azúcar
- 400 g de leche
- 20 g de levadura

1. Mezclar la levadura en leche templada.
2. Batir la yema junto con la mantequilla y el azúcar. Añadir la leche sin dejar de remover y justo después, la harina poco a poco hasta que la masa se haya mezclado bien.
3. Tapar la masa con un trapo húmedo y dejar reposar media hora.
4. Una vez pasado este tiempo, darle forma de anillos a la masa e ir colocando cada rosquilla en una bandeja de horno. Se tapan y se dejan reposar un par de horas sin exponerlos a ninguna corriente.
5. Cuando han crecido lo suficiente, se fríen en aceite a fuego medio para que se vayan haciendo poco a poco por dentro y hasta que tengan un tono dorado por fuera.
6. En un plato con azúcar glace, rebozar todas las rosquillas.

m u m ´s   r i n g - s h a p e d   p a s t r i e s

- 500 g flour (valid for gluten-free)
- 2 yolks
- 100 g butter
- 125 g sugar
- 20 g baking powder
- 400 g milk

1. Mix the baking powder with warm milk.
2. Whisk the yolks with the butter and the sugar. Add the milk and then, the flour until the dough is smooth enough.
3. Cover the dough with a dish towel for half an hour.
4. Shape the rings for the ´rosquillas´ and put them on a platter. Cover them again for a couple of hours until they grow enough.
5. Fry them in low-temperature oil so that the inside gets cooked. Then coat the ´rosquillas´ in ´glacé´sugar.

16/8/10

El futuro

Hoy, de vuelta a Madrid, abrí mi bloc de notas para escribir sobre un almuerzo con tintes históricos que ponía fin a mis vacaciones. Buscando una página en blanco, me encontré casualmente con una anotación que había hecho hace tiempo y que viene muy a colación con lo que estoy viviendo en estos momentos a la espera de abrir una nueva puerta en el terreno de lo profesional:

El poeta Ángel González distinguía entre el porvenir y el futuro:

"El porvenir es una noción abstracta, inexplicable y por tanto, como su nombre indica, no viene nunca. Pero el futuro es otra cosa, es algo real, realizable y hay que luchar para amoldarlo a nuestros deseos.
Por eso es un tiempo de verbo en marcha, acción, combate,
movimiento buscado hacia la vida, quilla de barco que golpea su agua
y se esfuerza en abrir entre las olas la brecha exacta que el timón ordena."

Vuelvo pensando en futuro, con ilusión y mucha fuerza.