29/9/10

Regalos dulces

Uruguay es una tierra hermosa y a la vez desconocida, eclipsada a menudo por los grandes Argentina, Chile o Brasil, sin embargo yo siempre presumo de haber estado allí.

Visité a unos amigos durante un par de semanas y nada parecía escapárseme al ojo, al oído o al paladar. De entre los muchos recuerdos, pueden más las sorpresas que te llevas en el viaje y dentro de las culinarias, especialmente en mi caso, las sorpresas no habituales son encontrar productos "sin gluten". Fueron los "alfajores de maizena" los que hicieron que me regodease con gusto. Volví con la receta de Irene en mis manos para complacer la nostalgia de mis amigos uruguayos en España y la mía propia porque ya son muchas las veces que los he hecho.

Los alfajores de maizena son una especie de pastas de grosor considerable y rellenas de dulce de leche cuyos bordes se rematan con coco rallado. El sabor es delicioso y la textura pastosa pero muy suave y fina.

a l f a j o r e s   d e   m a i z e n a

- 100 g de mantequilla
- 100 g de azúcar
- 150 g de harina (yo la he utilizado sin gluten)
- 150 g de maizena
- 3 huevos
- 2 cucharaditas de levadura en polvo
- Cáscara de limón
- Dulce de leche para rellenar
- Coco rallado

1. Batir la mantequilla y azúcar hasta que quede cremoso.
2. Añadir los huevos de uno en uno e ir mezclando junto con la cáscara de limón rallada.
3. Incorporar la harina y la levadura poco a poco. Amasar. Si es necesario añadir más harina hasta que la masa se despegue de las manos y se pueda trabajar.
4. Extender la masa con un rodillo y cortar círculos de 1-2 cm de espesor.
5. Cocer a horno moderado durante 10-15 minutos (que se cuezan pero que no se doren).
6. Cuando enfríen untar con dulce de leche e ir pegando la doble galleta.
7. Aprovechar el dulce de leche que sale por el exterior y rebozar los laterales de los alfajores en un plato lleno de coco rallado.
8. Mantener en lugar fresco o incluso refrigerados si el dulce de leche se derrite y no queda compacto. Fríos son igualmente sabrosos.

Estos alfajores forman parte del regalo de cumpleaños para una amiga. Estoy segura que es la primera vez que los prueba.

Quien me conoce sabe que me encanta crear los empaquetados así que esta es otra muestra del que he hecho esta semana.

No hay nada mejor que los detalles hechos por uno mismo, lo dicen todo.

El interior está pensado para que sea aún más apetecible.


Los dulces y las margaritas son mi identidad y por tanto, la intención de este regalo.


28/9/10

Objetivamente mejor

He pasado cinco días sin cámara y parece como si me hubieran arrancado un órgano vital. Hoy todo ha vuelto a la normalidad. De camino a casa, "objetivamente" mejor, he soñado con todas esas fotos que siempre me gusta hacer.

Siempre hay espacio para un buen final...

23/9/10

Asturias y las manzanas

El árbol del abuelo ya está lleno de manzanas que se pueden recoger. Desde finales de septiembre hasta mediados de octubre es el periodo en el que se recogen las manzanas en Asturias.

Tenemos tantas variedades que no sabría distinguirlas, sin embargo puedo distinguir una manzana asturiana de cualquier otra. El olor las delata y solo hay que poner una "maniega" (cesto) de manzanas en una habitación para obtener el mejor ambientador.

Cogerlas del árbol es muy fácil pero hay que asegurar bien la escalera antes de subir. Mi abuelo me enseñó que nunca se debe arrancar la manzana tirando fuerte sino que hay que retorcerla suavemente hasta que ella misma se desprende de su unión con la rama.

En Asturias, lo más habitual es destinar la mayor parte de las manzanas a la producción de sidra, sin embargo en mi familia mi abuela y mi madre las aprovechan para hacer compota y yo para experimentar en la cocina. En esta ocasión he probado un pan de manzana.

p a n   d e   m a n z a n a

- 500 g de harina (yo la he utilizado sin gluten)
- 25 g de levadura
- 250 ml de leche tibia
- 50 g de mantequilla
- 1 huevo
- 400 g de manzanas

1. Precalentar el horno a 200ºC
2. Diluir la levadura en leche tibia.
3. Cortar las manzanas en cuadraditos.
4. Batir el huevo junto con la mantequilla y la leche e ir añadiéndolo poco a poco a la harina en un procesador o amasando manualmente.
5. Por último añadir los trocitos de manzana hasta que se repartan de manera homogénea por toda la masa.
6. Dejar fermentar un par de horas.
7. Hornear a 200ºC hasta que se dore su superficie.
8. Cortarlo en rebanadas.

19/9/10

Con tradición francesa

Hace unos diez años trabajé como "fille au-pair" cuidando de dos niñas en una preciosa aldea del Macizo Central francés. Allí, rodeada de campos de amapolas y de árboles frutales, aprendí a conocer la fruta y la verdura y desde entonces, a no poder vivir sin ellas.

Mme. Clergier era pintora y las paredes de su casa estaban plagadas de cuadros que aludían a su residencia de verano en plena naturaleza y bien lejos del enjambre urbano parisino. Los meses de verano acogía a toda la familia, que iba llegando por tandas para pasar unos días de asueto a orillas de la Dordogne.

El edificio, de enormes dimensiones, había sido el antiguo granero de la aldea siglos atrás y hoy era una de las casas señoriales más reconocidas del lugar. El jardín tenía árboles centenarios, muchas flores y rincones de hierbas aromáticas. Recuerdo haber comenzado a distinguir olores que hasta ese momento no sabía ni que existían cuando con las niñas cortábamos ramilletes para luego hacer la comida: "Allez ramaser du romarin et du thym les filles!"

Recuerdo muchas cosas de aquel mes pero sobre todo los desayunos. Era la primera en levantarme y por lo tanto, la primera en abrir todas las contraventanas de la casa, que no eran pocas. Después, en aquella cocina inmensa y preciosa, con aire rural, llenaba una taza de café. Olvidé su marca pero nunca lo que me gustaba aquel aroma por la mañana. Luego el pan, aquel pan tan esponjoso del que cortaba unas cuantas "tartines" y por último me dirigía al armario, al armario que contenía el producto más preciado que había descubierto en aquella casa: los tarros de mermelada de grosella casera. La soledad de ese desayuno era el premio con el que levantaba cada mañana. Era perfecto.

Cuando volví a España, instituí la costumbre de las mermeladas en mi casa. Siempre habíamos tenido grosellas y nunca se nos había ocurrido hacer mermelada así que, después de mucho insistir, mi madre se decidió a probar.

Buscando una buena receta aprendí que se trata de la confitura más antigua, rara y deliciosa de Francia, originaria de la aldea de Bar-le-Duc y utilizada por las cortes de la nobleza y aristocracia desde 1344. Desde que tengo memoria, el jardín de mi casa también ha tenido arbustos de grosellas que no se comían excepto cuando mi abuela venía a pasar unos días con nosotros y picoteaba unas cuantas.

La tradición manda despepitar una a una las grosellas sin dañar la pulpa pero, al ser una tarea tan laboriosa de horas y paciencia, mi madre decidió hacerla con el fruto entero para así también conservar todas las propiedades de esta baya.

El resultado ha sido tan estupendo que desde entonces, la mermelada de grosella es todo un clásico también en los armarios de mi casa. Cada vez que el arbusto se llena de buenas grosellas rojas, las recogemos en su punto para hacer mermelada o gelée. Este es uno de los tarros de la que hemos hecho este verano.
 
Mi paso por Turenne no ha sido en vano por eso lo que me encanta de los viajes es cómo te pueden cambiar la vida... y las costumbres.

18/9/10

En tinta gris

Han sido días grises con nubes que no esconden preludio otoñal ni disimulan sentimientos a flor de piel.

Han sido días de paseos pausados por el asfalto viendo la ciudad del lado de la serenidad, de la oscuridad nostálgica de su cielo y de sus lágrimas en el suelo mojado.

Es el dibujo de una postal de otoño que pide a gritos estelas de color. No tardarán en llegar, siempre hay un lugar para el sol.

14/9/10

Southafrica night and daydreaming

Esta noche no he dormido, lo cuál es bastante habitual últimamente. Las horas se fueron clavando en el reloj mientras mis ojos seguían abiertos como platos. A las tantas, antes de lograr conciliar por fin el sueño, estaba pensando en esas tiendas donde encontrar cosas que me fascinan y, de repente, cuando me desperté esta mañana lo primero que pensé fue que me apetecía desayunar papilla de maíz.

No recuerdo apenas el sueño pero intuyo que volví a los recuerdos del viaje a Sudáfrica y enseguida me vino a la mente la imagen de la tienda del Tío Sam en Stellenbosch, ese tipo de lugares donde lo mismo se compra, que se comercia, que se venden multitud de cosas: antiguas, inservibles, comestibles, de segunda mano, únicas... un batiburrillo de cachivaches y cocadas que me tuvieron un par de horas dando vueltas, mirando y remirando.


Allí encontré, además de otras cosas, un libro de cocina tradicional sudafricana al que he recurrido nada más levantarme buscando el "mealie porridge" de Cape Town, "putupap" para los zulúes. Ningún país africano se ha visto alejado de la influencia del maíz por lo que su uso en cocina se ha extendido en todo el continente a lo largo de la historia.

Tradicionalmente se hace con agua cocida, harina de maíz y sal pero yo he añadido un poco de leche para que quede más cremoso y una rama de canela para darle el toque aromático dulce del desayuno. Además la canela es estimulante, lo cuál no viene nada mal estos días.

Permitidme desearos que no os falte la energía ni el night and daydreaming.

10/9/10

Las meriendas del brioche

Os puedo asegurar que la cocina sin gluten no es fácil, lo que tampoco quiere decir que sea imposible. Solo hay que asumir que hace falta probar y meter mucho la pata para comenzar a ver resultados. Una vez superados los primeros sustos, llegan las grandes satisfacciones, llega la obsesión por no poder parar de hacer cosas nuevas y la ilusión por comerlas.

No sé cuántas veces me habrán entrado ganas de poder hacer algo tan sencillo como salir a desayunar a cualquier café bonito y decir: "Póngame un café con brioche y mermelada". No es tan sencillo y más bien lo vamos a resumir en casi imposible que se de la circunstancia de poder hacer algo así. Es a partir de ahí cuando se multiplica mi pasión por la cocina.

Y hablando del ejemplo del brioche, necesito mostraros algo. No es ningún descubrimiento, porque habrá muchos y muy buenos y tampoco es porque sea una receta mía, no. A mí, además de experimentar el mundo sin gluten, me encantan los libros de cocina (y últimamente he de confesar que soy adicta también a los blogs). Esta semana me apetecía probar con un brioche. Mi idea era conseguir una masa con mucho aire, que no se quedase apelmazada por la ausencia de gluten y que fuese esponjosa y no se endureciese fácilmente, superando así la difícil tarea del antiatragantamiento (algo habitual comiendo pan sin gluten).

Lo he llamado brioche pero en realidad se debería llamar "pan dulce" porque, a diferencia del tradicional brioche originario de Normandía, no lleva mantequilla y en vez de azúcar, lleva miel. Es una receta del libro "Healthy bread in five minutes a day" de Zoé François y Jeff Hertzberg. El resultado es una maravilla de esponja dulce que se deshace en la boca.


Es muy suave y ligero y para el acompañamiento admite tanto salado como dulce. Cualquiera de las dos opciones es una buena combinación.

Para terminar, os dejo la receta y os animo a que lo hagáis e invitéis a alguien a casa a merendar, cocinar para alguien es una de las mejores satisfacciones.

b r i o c h e   d e   m i e l   y   a c e i t e

- 1 taza de harina de arroz
- 1 taza de harina de tapioca
- 3 tazas y 3/4 de maizena
- 20 g de levadura de panadería
- 2 1/2 tazas de leche
- 1 taza de miel
- 1 taza de aceite vegetal
- 3 huevos
- 1 cucharadita de goma xantana
- 1 cucharadita de azúcar avainillado
- 1 cucharadita de sal

1. Mezclar los ingredientes sólidos: harinas, la levadura, la goma xantana, el azúcar avainillado y la sal en un bol.
2. Mezclar bien los líquidos: la leche, la miel, el aceite y los huevos en otro bol.
3. Ir añadiendo poco a poco los ingredientes sólidos a los líquidos y mezclar durante 5 minutos con un procesador o a mano insistentemente (es necesario meterle mucho aire a la masa).
4. Cubrir con un paño y dejar que la masa crezca durante dos horas.
5. Verter la masa en uno o varios moldes, una vez engrasados, y dejar unos 20 minutos para que vuelva a crecer.
6. Mientras, precalentar el horno a 180º
7. Hornear hasta que la superficie comience a dorar. Tarda relativamente poco pero depende del tamaño que estemos haciendo, por eso hay que estar atento.

No os perdáis ni un solo bocado.

9/9/10

Rincones con sonrisa

Pocas cosas hay que alegren más un lugar que las plantas.

Las plantas, esos seres que en cualquier lugar, si están, pasan desapercibidos pero, si no están, nada es lo mismo: un rincón, una habitación, una fachada, una ventana, una mesa. Son capaces de cambiar el humor y levantar pasiones; son capaces de crear adicción y dar un vuelco a un día gris.

Tiene nombre de flor y me enseñó lo más importante que hay que saber sobre las plantas: que son seres vivos y se mueren; que verlas crecer es una satisfacción personal y que el cariño es la respuesta a su sufrimiento.

En mi iniciación al mundo de la jardinería todo pasó tal y como ella me lo había enseñado, pues en todo tuvo razón: algunas se me murieron; a otras no cesaban de salirles brotes y flores nuevas; y cuando algo iba mal, tal y como ocurre en la vida misma, casi todo se soluciona con voluntad y con cariño.

Estas son las hojas de la primera planta que me regaló hace ya casi dos años. Aún recuerdo que pensé en lo poco que me duraría y, sin embargo, hoy sigue igual de bonita que aquel día.

Es la única que sigue viva después de este invierno tan duro y verano tan caluroso por eso esta mañana, cuando me levanté y volví a ver el alfeizar de la ventana vacío, sentí la necesidad de regalarle una sonrisa: una blanca y otra roja.

Por cierto, ella se llama Violeta, como no podía ser de otra manera.

6/9/10

Septiembre

Ahí estaba yo, de vuelta en Madrid un 31 de agosto y con toda la incertidumbre del mundo sobre septiembre.

Y llegó septiembre, el mes en el que casi todo el mundo vuelve a la rutina después de las vacaciones. Yo, en cambio, volvía a otra cosa, a reorganizar el presente con lo que había pensado para el futuro. Nunca se sabe en qué tramo se desvía el camino de la vida. Vivimos agusto en la comodidad y no estamos preparados para los cambios repentinos, sí para los que nos placen.

Ahora me doy cuenta que cuando se dispone de más tiempo, en el caos de la mente siempre hay espacio para la reflexión y la creatividad, para sacar lo que uno lleva dentro y para conocerse más hasta el punto de despertar alguna que otra cualidad escondida en el desván de la infancia o en esa caja de virtudes que nunca antes supimos cómo abrir.

Os dejo un rinconcito del caos de mi desván creativo de septiembre y de otra pasión que he descubierto hace no muchos años y que ya conocéis. Son parte de algunos encargos gastronómicos que me han hecho esta semana con motivo de un regalo. Esta es la primera parte del trabajo, el empaquetado:

Este es otro de ellos.

Me imagino que os preguntaréis qué hay dentro de ellos. Aquí comienza la respuesta, ésta es la segunda parte:

m i n i   c o o k i e s   d e   a r á n d a n o s   y   c h o c o l a t e

- 225 g de harina de maíz
- 25 g de harina de quinoa
- 100 g de mantequilla
- 130 g de azúcar
- 1 cucharada de azucar avainillado
- 1 huevo
- 75 g gotas de chocolate negro
- 30 g de arándanos deshidratados

1. Mezclar la mantequilla y el azúcar hasta obtener una crema.
2. Añadir el huevo sin dejar de batir y a continuación las harinas y mezclar bien (se pueden sustituir por otras harinas pero medir la consistencia, no todas se trabajan igual).
3. Incorporar las gotas de chocolate negro o, en su defecto, onzas de chocolate cortadas en pequeños trozos y después los arándanos deshidratados también troceados.
4. Refrigerar la masa un par de horas.
5. Hacer la forma de las mini cookies y colocarlas en una bandeja con papel de horno antiadherente.
6. Hornear a 180º durante aproximadamente 12-15 minutos.